En esta investigación hemos querido trabajar abordando este problema, conseguir desandar lo andado para vislumbrar el camino. Para ello hemos llevado a cabo un postulado del que hizo buen uso Tomás Moro en su obra “Utopía”: oponer, a lo existente, lo imposible, para así revelar las incongruencias que en aquel se dan. De lo que se trata es de “trasladar la mirada fuera de lo acostumbrado”, o en este caso, el oído.
Y para ello, lo hemos llevado hasta los límites, hasta los fenómenos de umbral que se dan en la percepción sonora. Decía Deleuze a raíz de unos cuadros de Bacon que “sentir es pasarse de un lado a otro”. Pues nosotros queremos sentir ese “ruido del límite”, y hacer eco en ambos lados.
Es el silencio un estado subjetivo de atención –Cage demostró empíricamente con su 4:33 que es imposible, en sentido estricto, percibir el silencio, puesto que este no es acústico sino un cambio de mentalidad, “el abandono de la intención de oír”- y deviene a través de la reflexión (concentrarse en un contenido de consciencia) o la meditación (ensimismarse hasta trascender el contenido).
El ruido, por el contrario, se contrapone al silencio en tanto que es una hipérbaton en la atención sonora. Acontece cuando se altera la linealidad significante de un sonido por un hecho acústico cuya materialidad refiera un “fuera” del lenguaje.
Para aclararnos, el silencio equivale a un desinterés por el mundo concreto que nos rodea mientras que el ruido sería una atención máximamente atenta al sonido del mundo, capaz de percibir una nota desafinada en una composición musical.
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